El instante en que me siento más vivo es aquel en que releo una frase,
un pasaje, una idea que he detenido para siempre en el blanco del papel
transformándolo a mi manera. Es difícil hacer comprender eso a los que
piensan que la vida es tan solo el armazón que en el pasado tenías por
cierto, a quien ha dejado de emocionarse, prisionero de las innumerables
dificultades de la vida. Como si las dificultades fueran únicamente un
mal rollo cuando, en cambio, son ocasiones, posibilidades de demostrar
que podemos conseguir lo que pretendemos. ¿Soy un idealista?¿Un loco?¿Un
soñador? No lo sé. Tengo veinte años, miro alrededor y veo que la vida
es dura. Sí, pero también espléndida, Conozco los problemas del mundo,
no escondo la cabeza debajo del ala, es duro suscribir una hipoteca para
comprar un tugurio, es difícil encontrar un trabajo que no te de
simplemente lo suficiente para sobrevivir, sino que además, te permita
expresarte y vivir de una manera digna, Y también soy consciente de las
innumerables inusticias y violencias que nos rodean. No obstante, no he
perdido la esperanza. Me conmuevo al contemplar un amanecer, daría lo
que fuese por un amigo sin sentirme por ello pobre. Danzo con la vida,
la invito a bailar, la abrazo sin excederme, la miro a los ojos y
respeto y la amo, al igual que adoro la mirada de una mujer enamorada.
Eso es. Me gustaría estar en esa mirada, dentro, siempre, ser su sueño,
hacer que se sienta preciosa y única como la gota de rocío que por la
mañana ilumina de repente el pétalo de una violeta. Me viene a la mente
Ligabue y su canción ”cuando bailas sólo tienes dieciocho años y hay
muchas cosas que no sabes, cuando sólo tienes dieciocho años y quizá lo
sabes ya todo y no deberías crecer nunca…”. ¡Es justo que conservemos
esa inocencia soñadora que no supone ser demasiado ingenios o alelados,
si no conservar la capacidad de sorprendernos!
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